jueves, 11 de diciembre de 2008

El hombre que destruyó un Nokia 1100

No, no se trata de una metáfora. Tampoco es una hipérbole. Bueno, tal vez lo de "hombre" sí lo sea, pero el resto del título no.
¿Alguna vez pensaron que el aparatejo antes mentado podría llegar a tener un límite de vida útil? Yo tampoco, sin embargo cada día el destino nos depara una nueva sorpresa. Lo que jamás imaginé es que esa sorpresa sería mantener un diálogo similar al subsiguiente con mi primo (no daré nombre):

- ¿Dónde hay un servicio técnico de celulares? Necesito llevar a hacer arreglar mi celular.
- En calle tal y tal, aguantame un toque y te acompaño. ¿Qué celular es?
- Un nokia 1100
- ...

En un primer momento pensé que se trataba de una broma y le asesté una trompada en la boca del estómago (no tolero los chistes fáciles, y soy un tanto susceptible). Pero como no se disculpaba por su atrevimiento, comencé a sospechar que era verdad. Tomé una llave francesa convenientemente olvidada sobre el banco de trabajo y le suministré un ligero golpe en la mandíbula para verificar que no estuviera delirando. No estoy seguro de que ésta sea la técnica más ortodoxa para asegurarse, pero de cualquier manera me ha dado siempre excelentes resultados. Y es divertida.

En fin... no estaba delirando, era verdad que su celular estaba descompuesto. Lo llevamos al técnico, quien escuchó atentamente el problema; pero al ver que se trataba de un Nokia 1100 montó súbitamente en cólera y se abalanzó sobre mi primo por encima del mostrador, vociferando a mansalva y refiriéndose a su persona con unos epítetos irrepetibles, tan hirientes como descalificativos, a la vez que lo tomaba por el cuello con sus manos. Una vez que el guardia de seguridad hubo restablecido el orden (y luego de haberle pegado un par de veces a mi primo con la cachiporra, pensando que se burlaba de él al argumentar la rotura de su móvil), recibió el telefonito, jurando solemnemente diagnosticarlo y eventualmente arreglarlo.

Esto sucedió hace dos semanas... ayer finalizó el diagnóstico. En este momento tengo entre mis manos el desventurado celular (o lo que queda de él), sin comprender cómo pudo resultar abatido de manera irrecuperable. Intenté lucrar con él; escribí al Guinness y a dos museos de rarezas, pero la respuesta fue acre: un insulto, la recomendación de dejar de fumar porquerías y un teléfono de Narcóticos Anónimos, respectivamente. También llamé a Nokia Argentina para indagar acerca de una solución, pero me atendió un robot profético que insistía en hacerme creer que las lechugas son una forma de vida inteligente y planean asesinar a toda la humanidad.

Perdidas las esperanzas, me limito a adjuntar el mail que recibí de la Asociación de amantes de Nokia 1100, quienes lejos de descartar un artefacto, me sugirieron algunos usos. Espero que te sirvan, Marcos (¡Ups! Se me escapó el nombre).

Opción 1: Cenicero plegable



Opción 2: Para los más chicos



Nota: Las opciones 3, 4, 5 y 6 no las publico por contener material de sexo explícito y zoofilia, no apropiadas para la publicación en un blog para todo público.

Have a nokia day!

lunes, 15 de septiembre de 2008

Mejor tarde que nunca


... reza el refrán que esbozo a manera de disculpa ante quienes esperaban, ansiosos o temerosos, la continuación del relato que comenzara tres días ha, en la víspera de la odisea. Ofrezco mis disculpas mas no una excusa, por creerla innecesaria.
¿Por dónde comenzar? Supongo sería bastante adecuado hacerlo por el principio.




Capítulo I - Comienza el viaje


Nos encontramos a las 11 y media de la noche en la Catedral para poder organizarnos antes y salir temprano. La primer sorpresa grata de la noche fue descubrir que esta vez íbamos a viajar en una verdadera combi y no en una lata de atún como el año pasado. Al subir recién caímos en la cuenta de que la situación vehicular 2007 era desesperante. El vehículo "nuevo" tenía la misma cantidad de asientos... pero el doble de tamaño. Y si bien no resultó ser un lujo asiático, ¡renegar de la comodidad no pudimos!
Comenzó entonces la ardua labor de carga del equipaje, con el objeto de partir pronto. Falsa ilusión. Una vez que terminamos de cargar los bolsos y las Almas, comenzamos el viaje (alrededor de la una de la madrugada) pero primero tuvimos que pasar a buscar a tres integrantes más del coro, entre los que se contaba el excelentísimo Sr. director don Lucas "esponja" Salvarrey. Como era de esperarse, el personaje en cuestión no se encontraba en la parada prevista. No estoy diciendo que sea impuntual, sino que obedeciendo a las leyes de Murphy, cuanto más apurados estemos, más aumenta la probabilidad de que ocurra un imprevisto.

Ante el brillo emitido por la ausencia de nuestro director decidimos continuar, basándonos en la hipótesis de que Lucas se encontraría en la rotonda del Bvard. Yuquerí. Una vez llegado allí y tras unos minutos de espera nos comunicamos con él via celular, quien nos informó que ya habían llegado junto con un coreuta más a la parada prevista... unos dos kilómetros atrás. Dimos media vuelta y fuimos en su busca y en la del último integrante ausente, cuyo nombre prefiero ocultar para que la mamá de Sergio Espíndola no se enoje con él si lee esto.

Una vez reunida toda la plebe, partimos ¡finalmente! a devorar asfalto.

Continuará...

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Start spreadin' the news...

...I'm leaving todayyyy...
Así comenzaba Frank Sinatra su celebérrimo hit "New York, New York" (Traducido: "Desparramen la noticia / hoy emprendo el viaje) (o algo así).
A menos de una hora de partir hacia la aventura de Córdoba 2008, me dispongo a disipar mi no escaso nerviosismo al son de Tommy Dorsey y su "Song of India".
Decían los grecios de la antigua Roma (y algunos filósofos de vodevil) que la adquisición de sabiduría se experimenta en el viaje y no en el destino. Confiaré no obstante en ser ilustrado tanto en uno como otro estadio de este dichoso periplo.

Ardua labor significó la preparación del equipaje, el cual que tuve que armar y desarmar unas cuatrocientas veces al descubrir con profundo fastidio que una y otra vez un duende con ánimo lúdico se empeñaba en dejar fuera de la maleta algún objeto (la mayoría de las veces, prescindible) que deseaba que estuviera dentro. Tal vez habría que someter a consideración de los fabricantes de este diabólico contenedor la siguiente idea: un diseño que permita que uno ubique cuanto adminículo u objeto desee transportar sobre el piso, en un cúmulo medianamente prolijo, y luego baste con envolver todo ello partiendo desde el pináculo y yendo hasta la base, donde se pueda cerrar convenientemente el susodicho artefacto.

Creo que ganarían mucho dinero.

Habiendo pasado ya las once de la noche, os dejo ¡oh mortales! para reunirme con la siniestra cofradía de los integrantes del coro.

viernes, 21 de marzo de 2008

Confirmado: los payasos no saben reír

Fue a raíz de escuchar el viejo tema interpretado por "los gatos", que acudió a mi mente una anécdota ocurrida tiempo ha en el salón de Artes Visuales, sitio donde actualmente dicto clases de piano. Anécdota es definida por Ambrose Bierce en su "Lexicógrafo del demonio" como "Relato por lo general falso"; no obstante éste es verídico.

Si bien ahora dicto clases de piano, otrora concurría a tomar lecciones de tan noble instrumento en el salón de la planta baja de la Dirección Municipal de Cultura, por entonces bastante descuidado. Quienes hayan padecido por entonces el concurrir a semejante tugurio, recordarán que resultaba muy difícil aburrirse pero imposible concentrarse dada la inmensidad de actividades que se desarrollaban simultáneamente en el susodicho lugar.

Cierta vez, al ingresar en el infausto salón me encontré con que la Municipalidad había decidido ceder un espacio del mismo a una compañía de circo que hacía escala en nuestra ciudad. El error fue no aclarar el porcentaje del mismo que se cedía, lo que devino en la usurpación de más del noventa por ciento de la sala por parte de los arlequines, contorsionistas y demás individuos, quienes se dedicaban a practicar sus piruetas inmersos en su propio submundo.

Contemplaba exorto tal despliegue de quijotescas actividades cuando escuché la voz de mi profesor, quien haciendo gala de una paciencia sempiterna e infinita, me susurró al oído "Por lo visto hoy no vamos a dar clases". Hasta el día de hoy me cuesta recordar con claridad si estas palabras fueron en verdad pronunciadas por él o fueron producto de un llamado a la realidad efectuado por mi subconsciente. Sea cual fuere el motivo de mi despertar, carece de importancia. Me dirigí al piano, que se encontraba en un rincón. Por un fugaz momento recordé los primeros versos del celebérrimo poema de Bécquer "Del salón en el ángulo oscuro / de sus sueños tal vez olvidada".

Me senté frente a la imponente maquinaria y abrí su tapa. Contemplé por un instante su largo teclado, desgastado ya a fuerza de décadas de uso, donde el tiempo ha dejado cicatrices en forma de teclas opacas las unas, ligeramente gastadas las otras. Posé suavemente mis dedos sobre ellas y con un movimiento de lento vaivén las recorrí, pero con una ligereza tal que no se elevó sonido alguno. Experimenté súbitamente la sensación de estar acariciando las escamas de un dragón dormido. Un dragón que no estaba dispuesto a despertar, no en ese momento. La escena no pasó inadvertida a ojos de mi profesor, quien se acercó y se ofreció a tocar él mismo alguna pieza que me gustara. Gustoso le cedí el asiento y formulé mi sentencia: Chopin. Al instante se elevaron los estridentes sones de la polonesa "Heroica", una de mis piezas favoritas. Me alejé unos pasos y me dediqué a disfrutar con asombro ese frenético cuan extraño danzar de los dedos sobre las teclas, en el marco curioso del ensayo de un grupo de gimnastas de circo. Transcurridos unos minutos noté que no era el único espectador de tan singular concierto, sino que a mi lado se erguía un clon que lucía una payasesca vestimenta y excesivo maquillaje, estableciendo un desmesurado contraste con su expresión, que definiría como mezcla de asombro y melancolía. El hombre, bastante entrado en edad ya, giró su cabeza y posó su mirada sobre mí. Alcancé a ver unos ojos vidriosos cuyas ligeras tonalidades rojizas eran apenas perceptibles detrás de tanto cosmético multicolor. Me sorprendí al oírlo pronunciar en voz baja el nombre de mi profesor, y me resultó imposible de diferenciar aquello entre una afirmación y una interrogación. Cualquiera fuera el caso, opté por asentir con la cabeza. El hombre dio entonces media vuelta y atravesó el salón con un andar grácil donde cada paso parecía acompañar el pulso de cada uno de los pasajes de la pieza musical que aún continuaba sonando. Al llegar al extremo se introdujo en el baño y no volví a verlo sino hasta pasado más de un cuarto de hora.

Mi profesor había dejado de tocar ya y se había dirigido a la recepción acudiendo al llamado de la secretaria cuando vi emerger del lavabo al payaso, que ya no lucía maquillaje y su rostro irradiaba emoción. Se dirigió caminando con parsimonia hacia donde yo estaba deteniéndose de tanto en tanto para realizar alguna pirueta digna de un artista avezado. Al llegar a mí se deshizo en una graciosa reverencia, y luego se elevó riendo y contagiándome con su alegría. Tal vez notó en mis ojos una mirada inquisitoria, porque sin que yo pronunciara palabra, comenzó a contarme su historia.

"-Vos sabés, pibe, que yo a tu profesor (¿es tu profesor, cierto?) lo conocí hace alrededor de cuarenta años en Buenos Aires. En esa época yo trabajaba en un teatro en la Capital donde me habían contratado para barrer y pasar el plumero. Tu profesor, que era chiquito, iba a ensayar en el piano de cola del salón principal. ¡Y a mí me fascinaba cómo tocaba! Entonces, como yo sabía la hora aproximada en que iba a tocar, limpiaba todas las salas menos ésa, que dejaba para último y así poder estar allí a la hora del ensayo."

Terminado su fugaz relato (de más está decir que en ese instante me quedé sin palabras), se alejó trayendo a mi mente un verso de "Balada para un loco" que es el que mejor describía la escena: "y así, medio cantando, medio bailando..." y agrego: saluda atentamente y se marcha hacia la puerta por donde comienza a retirarse la compañía circense. No cruzó palabra con mi profesor, quién sabe por qué razón. Tal vez temiendo dejar correr una lágrima, hecho considerado prohibido para su profesión.

Un perfecto día de mierda

Muchas veces he escuchado la frase "hoy tuve un día de mierda", y la mayoría de las veces pensé que se trataba sólo de una exageración. Craso error. Hoy puedo asegurar que mi día ha sido una gigantesca mierda. Pero empecemos por donde nos han enseñado que se debe iniciar, vale decir, por el principio.
El primer abrir de ojos de hoy fue para comprobar que el reloj no me mentía: me dormí. Sí, me dormí y aplasté la almohada sádicamente hasta cerca del mediodía, lo cual es una verdadera desgracia cuando uno está pensando en levantarse a estudiar. Pero éste sin duda fue el incidente menor.
El baile comenzó a la tarde, cuando tuve que salir en la moto. Las leyes de Murphy contemplan el hecho de que cuanto más prisa tenga uno yendo en moto, la probabilidad de sufrir un contratiempo aumenta exponencialmente. Tristemente verifiqué de manera empírica el enunciado de esta pseudo-ley al toparme con un pliegue en sobrerrelieve de la calle simétrico semi cilíndrico vulgarmente llamado "lomo de burro" detrás del cual me aguardaba un pliegue similar pero invertido, o sea, en bajorrelieve, y no deliberado como el anterior, sino producto de una falla geográfica común en esta latitud. Suerte mediante alcancé a frenar, pero no por ello pude esquivar la grieta y como consecuencia el motor sufrió un fuerte golpe contra el borde del abismo. Mi primera reacción fue frenar, pero consideré que era inútil. La segunda reacción fue putear, y a ésta la consideré más útil por servir como medio de escape del stress. Así que proseguí mi marcha puteando a diestra, siniestra, frente y retaguardia durante un trecho más. Mi tercera reacción fue de sorpresa, y devino una vez que aplaqué mi voz y pude escuchar un sonido extraño proveniente del motor. Ruido a metal chocando contra metal... mala señal. Ante la duda y ya que es mejor prevenir que curar, opté por llevar la moto a casa de mi novia, lugar más cercano, a paso de tortuga y prácticamente sin acelerar. Llegado a este punto, considero que está de más mencionar que en el camino me quedé sin nafta...
Podría decir que la noche fue feliz y sin sobresaltos... pero estaría mintiendo. La verdad del asunto es que definitivamente fue una mala idea el querer abrir la ventana de mi pieza sin verificar antes que no hubiera obstáculos en su camino. Lo había. Era un vaso (obviamente de vidrio, corolario fácilmente deducible de otra de las leyes de Murphy) que estaba completamente lleno de coca-cola. El oscuro brebaje capitalista optó por salir despedido y esparcirse cual si fuera un gas, con la intención de ocupar cuanto espacio estuviera a su alcance. De esta manera se vieron afectados el escritorio, los cuatro cajones, la mesa de la computadora, el teclado, el piso y gran parte de mi vestimenta. Sería muy difícil explicar la logística de mi operación de limpieza considerando que este líquido altamente corrosivo se inmiscuyó en cuanto recoveco había en las cercanías, y no tan cercanía.
Un poco desgastado ya mi espíritu por la verdadera serie de eventos desafortunados ocurridos durante la jornada, de las cuales las más catastróficas fueron explicadas ut supra, decidí apagar la computadora y entregarme a los brazos de Morfeo. Recuerdo que antes de abandonar la máquina estaba charlando vía mensajero con una amiga, la cual me dijo luego de que le hubiera contado lo sucedido a la tarde "rompiste la moto, volcaste coca, qué más?"... Apocalíptica pregunta. Lo que tendré para contarle ahora es lo que sucedió una vez que me hube aseado, lavado los dientes y demás labores higiénicas. A modo de preludio, cabe mencionar que de todas las actividades cotidianas, seguramente la de entrar en la cama es la que me produce más placer. Es un ritual extraño, mediante el cual comienzo a introducirme debajo de las sábanas sintiendo que mis músculos se aflojan y una sensación de seguridad comienza a apoderarse de mí conforme mi cuerpo se funde con esa estructura suave, curiosa mezcla de madera, poliéster y tela. Y fue en este sumergirme con una cálida sonrisa que mis piernas descubrieron que algo no andaba bien. La señal llegó tarde a mis neuronas, y el proceso de identificar un líquido en la cama fue lento. Una vez que la totalidad de mis piernas fueron embebidas en esta sustancia, logré identificarla: era orina de perro. Un regalo de pascuas tal vez. Lo que sigue no lo podría relatar muy bien, porque una nube de odio envolvió mi cerebro en ese momento y no alcanzo a recordar los hechos con claridad. Sé que arrojé las sábanas al patio junto con el colchón y acto seguido me interné en el baño.
Una vez que refresqué mis ideas, preparé mate y me senté a escribir estas líneas, mientras contemplo cómo se eleva Febo invitándome a iniciar las actividades diurnas, y pienso en el largo día que me espera hoy.
Y comienzo a sospechar que debe existir una ley fundamental de la naturaleza que diga que a un día de mierda, sigue otro día de mierda.

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¿Quieres que te muerda?